Ideal para ir en pareja, en grupo o incluso solo, el Meatpacking se adapta a tus exigencias acogiéndote en su terraza o en su interior cuidado en cada detalle. La carta ofrece platos delicados y tentadores preparado con huevos biológicos.
Fui a comer brunch al Meatpacking un domingo de finales de octubre al mediodía, tras haber reservado una mesa por teléfono. La primera impresión del local fue muy agradable, con una luz, una temperatura y una decoración muy acogedoras. A lo largo de dos paredes los asientos son bancos acolchados con cómodo respaldo y en general las sillas también son muy cómodas. Entre dos columnas han colocado una larga mesa donde la gente puede compartir una charla con cualquiera se siente a su lado, mientras disfruta de su brunch. La música, además, permite comunicarse sin problemas gracias al género que se escucha, así como a su volumen no alto. La edad media de los comensales era de unos 35 años y al entrar había también una niña pequeña. En el local caben perfectamente unos cochecitos de niño. Cuando llegamos no había demasiada gente, pero sí hubo cambios de mesas. Nos sirvieron las bebidas en seguida, pero la camarera, muy amable, se equivocó con el pedido de la comida. Pedí unos huevos benedict que tenían un sabor espectacular. El hecho de tener en la carta la información de que los huevos que usan son ecológicos, te enriquece el espíritu dominguero. Unas segundas bebidas tuvimos que pedirlas dos veces, porque parece que se olvidaron, pero cuando la camarera es amable se le pueden perdonar unos descuidos. Los precios son un poco altos y como mujer considero las raciones más que suficientes, mientras podrían resultar pequeñas para un hombre con mucho apetito.
El lavabo de mujeres era muy limpio, con papel y de un tamaño perfecto. Aunque el clima ya no era templado, la terraza con sus seis mesas estaba abierta.
Ya tengo ganas de volver al Meatpacking para probar otras de sus especialidades.
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